SI NO SABES AMAR, TU VIDA PASARÁ COMO UN DESTELLO

sábado, 8 de agosto de 2009

DIARIO DE VIAJE: CHINA - TÍBET - NEPAL (X)

EN TIERRA DE NADIE o TERRITORIO DE FRONTERA

22-05-2009

Los ocho kilómetros que van desde Zhangmu hasta el control fronterizo chino en la frontera con Nepal es un río humano de gentes que cargan todo tipo de objetos y bolsas sobre sus cabezas. También hacen cola, aparcados a los márgenes del camino, camiones y jeeps, y por supuesto estos ocho kilómetros de cerradas curvas en descenso están llenos de tramos en obras para asegurar el firme y evitar desprendimientos sobre la carretera o de la propia carretera.
Que hagamos este tramo en jeep no es garantía de seguridad. Este 4x4 en el que realizamos el descenso debe tener las pastillas de frenos y los dibujos de las ruedas gastados pues en cada curva derrapamos y el chofer se las ve y se las desea para mantener la estabilidad del automóvil que parece estar patinando sobre hielo. Sus volantazos y su cara de susto son de lo más elocuente. La segunda vez que ocurre esto (a nuestra derecha hay una precipicio de vértigo, aunque la caída sería amortiguada por árboles y vegetación) le grito al nuevo guía que nuestra idea es “LLEGAR” a la frontera, no tenemos prisa ni intención de morir en el trayecto, ni ganas oiga. Le dice al chofer que aminore la velocidad…tendría que haber salido de él: si ves que te cuesta mantener el control del jeep no vayas acelerado campeón.
Lo bueno es que este guía, mas maduro que nuestro joven inexperto, parece tener experiencia en esto de ayudar a cruzar la frontera. Nos saltamos las colas infinitas de nepaleses, chinos y tibetanos y llegamos a un control para turistas mucho menos concurrido. Mientras él enseña permisos a la policía china nosotros pasamos las mochilas por el escáner y ¡sorpresa!, el policía detecta algo raro en mi mochila, se trata de la teja Ming de la ciudad prohibida que compramos en un mercado de antigüedades. Le digo a Mael que le explique al guía que es una teja que compramos en un mercado de artesanía. El guía se lo explica al policía pero éste insiste en verla. El guía, que parece tener prisa por dejarnos al otro lado del control discute con el policía para que nos deje pasar. El policía insiste en que abra la mochila. La abro y le enseño el borde no vidriado de la teja. El policía la agarra e intenta sacarla, para que no lo haga yo retiro ropa sucia que había colocado para protegerla y le sigo enseñando la parte basta de la cerámica. Si la saca y ve el vidriado cabe la posibilidad de que la teja no cruce la frontera. El guía no deja de apremiar al policía para que nos deje pasar, la cola se hace cada vez mas larga. Al final hace un gesto de hastió que indica que podemos pasar. Meto la ropa a toda prisa dentro de la mochila y pasamos al siguiente control donde ya solo se enseñan permisos y sellan el pasaporte indicando la fecha de salida del país. Ante la puerta de salida del control se despide el guía.
Frente a nosotros el puente de la amistad. A este lado flanqueado por soldados del ejercito chino, al otro extremo soldados del ejercito nepalí. Entre los dos, unos treinta metros de puente, tierra de nadie, que obligatoriamente se han de cruzar a pie. Las fronteras que hay que traspasar caminando siempre consiguen ponernos nerviosos, por supuesto influye los continuos controles de visado, pasaporte, equipajes y el hecho de que estén plagadas de militares con cara de pocos amigos y fusil al ristre. Siempre resultan caóticas, y en la gente que las cruza siempre habita un alo de miseria, tristeza o intento de supervivencia…esta tierra de nadie que cruzamos ahora nos hace iguales a todos los que coincidimos aquí, treinta metros de un mismo rasero: libres, expectantes, atemorizados, desvalidos, desconocidos, sin patria ni bandera…y con la incertidumbre de si el otro país aceptará nuestra entrada. Las fronteras siempre resultan caóticas y concurridas, y aunque por lo general no nos gustan, suponen una experiencia que nos produce tal descarga de adrenalina que al cruzarla sin incidentes hace que se desate en nosotros cierta sensación de euforia irracional.
A este lado los militares chinos impertérritos, con sus rostros severos y sus fusiles a medio pecho…pasar junto a ellos es como pasar junto a una esfinge durmiente sabes que si hace algún mínimo movimiento será para fulminarte con su mirada…desde el centro del puente la visión de la naturaleza exuberante y brutal en esta garganta infinita excavada por ríos ancestrales buscando un cauce hacia la india es brutal…aquí los ríos ya habitaban antes de que nacieran las montañas del Himalaya. Recuerdo ahora que mi padre siempre ha dicho que los ríos tienen la memoria y la paciencia de la que carecen los hombres.
Al otro extremo del puente de la amistad un grupo de militares nepalíes (a propósito muy guapos, de una belleza casi ofensiva) nos reciben con una sonrisa amplia de dientes grandes y blancos y un sonoro “NAMASTÉ” en los labios.
Tendremos tiempo para descubrir que la belleza de los hombres nepalíes no ha sido una casualidad ocurrida en la frontera. Ojos grandes y negros, gruesas cejas, pelo tan negro que parece azul, rasgos ligeramente orientales en pieles del color de la cera virgen…tenemos la sensación de que este territorio de frontera que ha sido históricamente Nepal entre dos gigantes como China e India, ha sido el crisol donde se han mezclado culturas y sobre todo rasgos étnicos, de tal forma que estos hombres y mujeres nepalíes tienen los rostros y participan de la belleza perfecta, que hasta ahora solo habíamos visto en las estatuas de piedra o bronce que representan a Buda y a dioses bondadosos.





A este lado todo parece mas pobre, destartalado, desorganizado e informal pero la gente es mas alegre. Los propios militares nos guían hasta el lugar donde tenemos que obtener los visados mientras curiosean (como lo haría un amigo) la artesanía que compramos en Tíbet y llevamos en bolsas de plástico. Mientras esperamos los visados (30 dólares) nos asaltan taxistas dispuestos a llevarnos a Katmandú. Al haber tantos nos permite regatear el precio y contratamos uno que se parece a “Piloto” (un amigo de mi pueblo, Fuente Carreteros) y que nos llevará a Katmandú junto a dos chinos (600 rúpias por persona. 1 euro equivale a unas 95 rúpias aprox.). Yo me acomodo en el asiento del copiloto (a la izquierda del volante, conducen como los ingleses) y Mael detrás con los dos chinos que cuando no están fumando estarán dando cabezadas sobre su hombro. Antes de emprender el viaje el chofer pone una cassette con música de Bollywood a todo volumen y a gran velocidad comienza a recorrer estas cinco horas que separan Kodari de Katmandú por un camino angosto y lleno de baches que discurre junto al caudaloso curso del río Bhote. Paisaje verde exuberante, el rico colorido en los ropajes de la gente, los puentes colgantes sobre abruptos barrancos, el aire puro y cargado de oxigeno, resulta un contraste abismal en comparación con la meseta tibetana o el carácter reservado y distante de los chinos. Nepal a primera vista nos recuerda a la India, pero a la vez notamos la diferencia. Mael y yo estamos contentos, miramos por la ventana y no dejamos de sonreír, nos embarga una emoción similar a cuando comenzamos un nuevo viaje.

1 comentario:

  1. Me encanta. Veo que las sensaciones son las mismas. http://bit.ly/Mf9fHf

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