Este fin de semana hemos hecho una escapada a mi pueblo, Fuente Carreteros, con el objetivo principal de ver a nuestra cuñada embarazadísima un mes antes de dar a luz a nuestros ahijados Francisco y Ángela.
Por supuesto también para compartir tiempo con mis padres y hermanos y para ver a los amigos aunque no nos quedó mucho tiempo para estos últimos.
Volver a casa siempre es bello...marchar triste. Son dos sensaciones ligadas a momentos similares aunque inversos: llegar y partir. Siempre se hacen mas fuertes en el mismo espacio, esas rectas de carretera al final de las cuales se recorta la blanca silueta del pueblo, pero la dirección en que se recorren marcan el contenido de la emoción. Cuando tras varias horas de viaje el vehículo en el que viajamos enfila el ultimo tramo de carretera que inevitablemente desemboca en Fuente Carreteros (ya sea viniendo desde Fuente palmera o desde Palma del Rio por la parte del pozo de agua potable), primero se ve el campanario coronado por el nido de cigüeñas luego aparece la silueta blanca "del sitio de mi recreo"...entonces me siento de nuevo un niño impaciente.
y en unos segundos mi mente es invadida por los recuerdos de infancia, cuando llegar al kilómetro era dar un paseo largo,
cuando al atardecer (cuando se ha ido el calor) mi bisabuelo cogía su porrón y por la vera de la carretera con su mascota y su andar tranquilo de figura espigada, casi quijotesca, se alejaba del pueblo en dirección a su huerto...de vez en cuando lo acompañabamos: en un carro mi madre llevaba a mi hermana Gema (Belinda aun no existía), mientras mi hermano Francisco y yo correteábamos al mas puro estilo Heidy, con la chivita que nos había regalado un pariente de mi madre. Recuerdo a la cabrita corriendo tras nosotros como un perrito para engancharse al biberón que mi madre había hecho con una boquilla usada y una botella de cerveza. Ir al huerto del "bisa" era un agradable ritual de tarde hasta que comenzaba a ponerse el sol y por el borde de la carretera poco transitada, regresabamos al pueblo.
Si en vez de entrar por esta carretera entramos por la del pozo potable mis recuerdos son mas adolescentes.
Cada día de feria terminabamos allí. Primero esperábamos a que la Carmela del pan abriera la panadería, luego le comprábamos algunos dulces y litros de batido o zumo (cada uno el suyo que la noche había sido larga). Luego, aun con nocturnidad, llegábamos a las casetas que hay junto al pozo de aguas potables, nos subíamos al tejado y con las cabezas juntas en el centro esperábamos el amanecer mientras hablabamos de las cosas que en aquellos momentos movían nuestro mundo. Otras noches sin feria aquellas casetas eran el punto de salida y retorno de nuestras incursiones para robar sandías. Al estilo Rambo reptábamos por la cuneta para evitar ser vistos por el guarda, cada uno cogía una, cuando las teníamos regresabamos al pozo, las partíamos en el borde y les arrancabamos en corazón con las manos y mientras nos lo comíamos el jugo nos resbalaba por la barbilla y los codos.
Cuando el coche entra en cualquiera de estas dos rectas allá donde poso mis ojos he estado, lo he pisado y guardo recuerdos de cada uno de esos lugares...las alamedas, el cerro Galindo...en los lugares que rodean a mi pueblo, en mi pueblo, atesoro recuerdos de toda una vida sin lugar a dudas este es mi lugar del mundo, mi mundo conocido. Al final de esta recta está el abrazo de mi madre y los besos de mi padre y mis hermanos, mi cuñada y esos sobrinos que están a punto de venir al mundo...y mis amigos, los de toda la vida, los que nos hemos criado juntos...y la gente de siempre que es como una gran familia. En el pueblo somos los que estamos y cuando alguno deja de estar, aunque no sea de tu sangre, lo añoramos. Tras visitar a mis seres queridos siempre sigo un ritual: ir al huerto de mi padre, ese lugar que es su sueño hecho realidad, ese lugar que le da tanta libertad y que heredó de los suyos. Y por supuesto mi visita, no obligada, sino necesaria, al cementerio para reencontrame con mis raíces y frente a las tumbas de los seres a los que tanto quise y tanto añoramos para recordar los momentos vividos. Luego visito a los amigos que la vida siempre se lleva demasiado pronto.
La sensación de tristeza se produce cuando recorro estos mismos tramos de carretera en dirección inversa.
A mis espaldas queda mi gente, mi Fuente Carreteros que permanece hierático, imperturbable mientras otro de sus hijos se aleja hasta perderlo tras una curva. Las despedidas siempre son tristes. No puede ser de otra manera. Habita en ellas el sentimiento amargo, la angustia, de que algún día puedan ser definitivas...en esta ocasión, cuando perdemos de vista el pueblo camino a la estación de Palma del rio Mael me toca el cuello y yo tengo un nudo en la garganta que intento deshacer con una risa falsa que se vuelve un llanto en el que se confunde risa y lágrimas...mi hermano me pregunta qué me pasa y si intento hablar las palabras se me ahogan en la garganta...lo que deseo es dar rienda suelta a este llanto desbocado que se me ha quedado a media garganta por que nunca me gusta separarme de los mios. Dejo a mis padres, dejo a mi hermana que no termina de madurar, a mi cuañada a punto de parir y a este hermano con el que ayer corría delante de una cabrita que ahora se va ha convertir en padre...y yo, que nunca fui demasiado religioso y si tube un mucho de ateo encomiendo siempre a San Judas Tadeo (único santo al que desde hace años le tengo gran devoción) que me los proteja y me los mantenga sanos y salvos para volver a reír y llorar con ellos, para volver a besarlos y volver a la protección de sus abrazos tras la batalla.
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