“Recuerdo, de chica, llevarle a mi padre la comida al molino y al entrar, los montones de aceitunas y el olor a alperchin que aunque a la gente no le gusta, a mi me parecía un olor agradable.
Los hombres cada uno en su puesto. Todos contentos, de bromas, canturreando o chiflando. Trabajando con ilusión por que comenzaba la temporada del molino y sabían que por lo menos el pan con aceite y azucar a sus hijos en todo el invierno no les faltaba.
Yo llegaba con mi cestilla y enseguida me decía algun compañero de mi padre que me arrimara a la candela, que era un bidón que había al entrar a la derecha, y llamaban a mi padre a voces, con el ruido que allí había y porque él siempre estaba por allí dentro, montado en las torvas, arreglando algo. Le gritaban: ¡Antoñillo, que ya está aquí tu Carmelita!
Me encantaba arrimarme a aquella estufa caliente y mirarlos como trabajaban, parecía que no hacían esfuerzos de lo alegres que estaban. Uno, con una pala, echaba las aceitunas sin parar a una cinta. Otros ponían los capachos en un cilindro cada vez que otros cogían los cubos de masa de las aceitunas que caían de entre las piedras del molino. Cada vez que echaban la masa encima del capacho volvían a poner otro, y así hasta que tenían que poner una escalera de madera, porque quedaba alto y ya no alcanzaban. Todo esto lo hacian a buen ritmo, entre bromas. A mi me gustaba mirarlos, con sus ropas llenas de aceite, remangados, con el frio que hacía.
A veces me decían si quería ver aquellos pozos y tinajas que habían en una sala y que se iban llenando de aceite. Yo las veía muy grandes, y me daban miedo.
Me gustaba quedarme mirandolos y sintiendo el buen ambiente que tenían. Pero entonces mi padre decía: carmelita, vete pa la casa que tu madre te estará esperando.
Aquello era precioso. Que pena me dio cuando años despues volví de Barcelona y el molino había desaparecido. No conservaron ni las piedras, con lo bonitas que eran. Ojalá volviera a oler de nuevo mi pueblo a alperchín y los hombres volvieran a trabajar en el molino y comer aquel pan con aceite tan bueno, el mejor aceite que yo he probado en mi vida.
Un recuerdo especial a los molineros de mi pueblo. En especial a mi padre…no se me olvida verlo llegar a mi casa con la garrafa de aceite al hombro.”
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