DAMASCO
¿Qué hay en Damasco? En Damasco hay raíces…las raíces de todo cordobés se encuentran en esta ciudad de la que se dice que es una de las mas antiguas del mundo. Aquí se estableció la capital del imperio de los Omeyas (clan Umayyad) que se extendía desde Europa a la India (661 al 750 d. C) que generaciones después sería usurpado por un clan pariente, los Abbasidas, que se creían mas dignos sucesores de Mahoma que a los Omeya. En una batalla librada cerca de los montes Zagreb el ultimo califa Omeya, Marwan II fue asesinado (25 de enero 750) y subió al trono del califato el sanguinario Abu al-´Abbas Abdullah. De él se cuenta que ante el temor de que los Omeya pudieran querer recuperar el poder emprendió una campaña para apresar y asesinar a todo el que estuviera emparentado con ellos, incluso mando profanar las tumbas de los antiguos gobernantes Omeyas. Se cuenta que llegó a invitarlos a una cena con la promesa del perdón y por el contrario los masacró…no en vano llego a pasar a la historia con el sobre nombre de Al-Saffah (el que derrama sangre).
Su odio hacia los Omeyas terminaría haciendo que Abu al-abbas trasladara la capital del califato, ya que Damasco siempre estaría vinculada a ellos…actualmente aun queda en pie la fabulosa mezquita construida en la ciudad por los Omeya.
Pero la historia no acaba aquí, cuando se pensaba que todo Omeya había sido ejecutado, comenzaron a correr leyendas…
Fragmento del Libro “NARANJAS”:
107
“Se pueden derribar edificios, se puede profanar a los muertos y exterminar a los vivos, pero entre los hombres del desierto no se pueden borrar las palabras. En las palabras hechas memoria que se cuentan al anochecer entorno a una fogata vive y se extiende la leyenda de aquel que sobrevivió a la caza y matanza de toda su estirpe. El que vaga por los desiertos huyendo de Arabia a Persia, de Persia a Siria de Siria a Alejandría, de Alejandría a Xairuan. Nómadas del desierto dicen que les dijeron que allí o aquí se le dio cobijo, le dieron un cuenco de agua o compartieron con el la comida…como una jarra de aceite derramada en un estanque el mito se extiende hasta el ultimo rincón de las tierras del Islam, desde Samarcanda hasta Suhar, desde Tiflis hasta Adén, desde Medina hasta Agadir. Palabras que caminan por los desiertos y se intercambian entre los comerciantes que las llevan con ellos por oasis y mares. Al cabo de cinco años desde la fatal cena, la leyenda del inmigrado, único superviviente de la estirpe de los Omeya, el califa usurpado, se hace carne en el puerto de Algeciras.”
Así será como reaparecerá en Al-Andalus, precedido por las leyendas (y dicen que acompañado únicamente por un sirviente) Abd al-Rahman I, nieto y único superviviente del ultimo califa Omeya de Damasco. Los nobles cordobeses, fieles al antiguo califa no tardaran en reconocerlo y él, al que llamarían Al-Dajil (el inmigrado) no tardaría en declarar en tan remota región el Emirato Independiente de Al-Andalus. Dicen que se obsesionó en hacer de Córdoba un reflejo de la Damasco que había vivido en su infancia y para ello no escatimó en esfuerzos y dinero para hacer de Córdoba, la nueva Damasco, como ejemplo sirva que la mezquita que él comenzó a construir y que ampliarían sus sucesores (actual Mezquita de Córdoba), no está orientada hacia la Meca sino hacia la Mezquita Omeya de Damasco.
Fragmento del libro “NARANJAS”
“ 106
Mucho antes de que el vigía diera la voz de avistamiento todos los tripulantes percibían aquel cúmulo de aromas inauditos que les llenaba la boca de saliva y el cerebro de bucólicos sueños. Instantes después, cuando los navegantes del mediterráneo las divisaban en el horizonte eran victimas de la turbación. Algunos creían haber avistado tierra, una isla flotante a la deriva que nunca había sido ubicada en las cartas de navegación. Otros creían que se trataba de algún engaño de los espíritus que habitan las aguas. Los había que sin duda creían que era un espejismo. Y sin embargo la duda quedaba despejada según se acercaban a aquel jardín flotante, verde y frondoso, repleto de palmeras y árboles frutales cuyo perfume se intuía y era un rastro que perduraba varias horas una vez había pasado la frondosa flota. Se trataba de una numerosa flota de barcos bizantinos que transportaban almendros, granados, palmeras, manzanos, perales, limoneros, naranjos, membrillos, cerezos, parras e higueras. Era una flota como jamás ningún navegante recordaba haber visto en los mares, los barcos que ahora navegaban juntos procedían de los puertos de Constantinopla, de Siria y de Alejandría. El nuevo emir de Al-andalus, aquel al que llamaban el emigrado, había mandado a sus emisarios a Constantinopla para hacer tan curioso encargo. Una larga lista de árboles frutales de todos los tamaños, semillas para plantar otros, semillas de hortalizas y verduras, y planteras de productos tan apreciados en Arabia y tan desconocidos en su nueva tierra. El no poseía las embarcaciones necesarias pero si el oro para hacer sus sueños realidad. Puesto que no podía volver a Siria quería llevar los paisajes de Siria, Arabia y Persia a al-andalus. Al andalus tiene el agua y el clima, carece de desierto, del paisaje de sus oasis, y de frugales jardines… en mi alcázar creare un oasis que con sus colores y sus olores será mi jardín de la memoria…y lo haré extensible a cada rincón de Córdoba. Un hombre capaz de modificar y generar nuevos paisajes y paraísos, algo que hasta ahora solo ha hecho Alá, no es acaso su legítimo vicario en la tierra (Califa: vicario de dios).”
Así pues, Córdoba siempre soñó ser Damasco…hoy en día, cuando se camina dentro de los muros de su ciudadela, en el zoco, entre sus estrechos y laberínticos callejones, cuando se compra un zumo en la calle, se disfruta de un Hamman, de su comida… o tras traspasar la humilde y minúscula puerta de una casa de fachada destartalada, abandonando el bullicio del exterior, accedes a la exuberante y fresca tranquilidad de un suntuoso patio cuajado de jazmines y buganvillas adormilados por el sonido de una fuente…se tiene la certeza de que Damasco continua siendo hoy un reflejo lejano de lo que la Córdoba Omeya, crisol de gentes, olores y colores, fue hace siglos.
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